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Mi nombre es Adriana Abraham, soy casada, tengo 52 años y  un hijo de 18 años. Soy licenciada en Trabajo Social, fundadora y directora de CEPRODIH.

 

Es con los años, cuando  miras para atrás, que te das cuenta cómo se va tejiendo la vida y el porqué de las decisiones que uno va tomando.

 

Mis orígenes fueron muy pobres. Mi padre había sido un niño de la calle, pero como buen “libanés” era todo un negociante, compraba y vendía cualquier cosa y aunque todos los negocios le salieran mal, el siempre tenía una nueva  idea que nos iba a sacar de la pobreza.  

Mi madre tenía muy poco estudio, se había dedicado a cuidar de mi hermana y de mí y cada día esperaba que mi padre trajera unos pesos para la comida.  Esto  generaba en  ella una gran dependencia y en  mí una gran impotencia. Pero  es que así era la vida de muchas  mujeres de mí alrededor.  Con mi mente de niña las percibía frustradas, aburridas, con un montón de sueños sin cumplir. Yo no quería ser así.

En esta atención y avidez por encontrar mi camino, trabajé en cárceles, en asentamientos, di clases,  hasta que recibí la invitación para ir a trabajar a un refugio nocturno.

 

Al principio me resistí a aceptar, por no saber qué haría ante un alcohólico o una persona de la calle.

 

Sin embargo, me encontré con jóvenes maravillosos, madres con niños, familias enteras  que lo habían perdido todo: su empleo, su casa, sus vínculos. Personas que quedaron en la calle por la coyuntura económica, pero querían salir adelante.

 

Desde el primer día sentí literalmente que ese era mi lugar en el mundo. Cada día de lluvia era un drama, yo sabía que tal o cual mujer estaba en la calle, embarazada o con sus niños.

 

Siempre recuerdo que un joven lo resumió así: “me siento como una botella desechable ... me tiraron a la calle”.

Nuevamente el sentimiento de impotencia: ¿cómo crear de la nada soluciones para tantas personas? Entonces se produce un nuevo milagro; soy postulada para una Red Mundial de Emprendedores Sociales. Allí me entero que esta "locura" de “hacer lo que no hay” se llama innovación, qué lo que soy se llama emprendedor social y que ASHOKA* invertiría en mi tres años para concretar mi idea! Exactamente tres años después, nace CEPRODIH.

Una de las cualidades del “emprendedor social” es que ante una necesidad que le con-mueve,  visualiza cual podría ser la solución y no está tranquilo hasta resolverlo. Despliega una pasión tal que motiva e impulsa a otros a sumarse y  ayudar a concretar la idea.

 

Esa misma oportunidad que me dieron a mí es lo que intentamos replicar a través del CENTRO DE PROMOCION POR LA DIGNIDAD HUMANA: dar oportunidades a las madres para que logren desarrollar su potencial. Aquellas que lo aprovechan generan un impacto maravilloso, no solo en ellas mismas, sino en sus entornos.

 

A lo largo de los años, y de los gobiernos, los problemas de las familias fueron cambiando y nosotros fuimos adaptándonos a esos cambios, sin perder nunca los principios que nos movilizaron: la defensa de la vida, la familia, el trabajo digno y la promoción de una convivencia en paz.  Al comienzo fueron las familias en situación de calle, luego las víctimas de violencia doméstica, hoy son mujeres embarazadas.

 

Trabajamos intensamente en la inclusión económica de la mujer a través de la capacitación y la  generación de emprendimientos productivos.

Lo que creíamos sería un complemento para que las mujeres pudieran pasar más horas junto a sus hijos, se convirtió en nuestro “programa estrella”. Descubrimos el “espíritu emprendedor” que se esconde en tantas mujeres. Frente a una oportunidad, muchas se convierten en excelentes negociantes. Por ello fuimos implementando distintos programas. Uno de ellos es "Negocios Inclusivos", con el cual proponemos convertir material de desecho en productos competitivos en el mercado, con  alto nivel de diseño y calidad. Dado que no contamos con recursos para comprar la materia prima, comenzamos a trabajar con material de desecho: tela, vidrio, papel, banners. Estos productos reciclados comenzaron a despertar el interés en las empresas, no sólo por el fuerte componente social, sino por la contribución al cuidado del  medio ambiente.

 

Sin duda, ser emprendedores implica, no sólo tener buenas ideas, sino asumir riesgos y perseverar a pesar de las innumerables adversidades. El líder se convierte en la locomotora que arrastra a los demás a no desanimarse, especialmente en los momentos difíciles. Creo el secreto de nuestro trabajo es estar enamorados de lo que hacemos y esto contagia a otros. Gracias al apoyo de la comunidad (amigos, voluntarios, empresas) nuestro trabajo se ha mantenido por 20 años, continúa creciendo y comienza un proceso de expansión hacia el interior del país.   

 

Reconozco que siempre me he arriesgado mucho, la prudencia no es precisamente mi fuerte, pero creo que cualquiera que sienta el impulso interior de hacer algo que podría cambiar la vida a otro/s, tiene una enorme responsabilidad, que no puede eludir por temor, seguridades económicas o simplemente por desidia.  La vida pasa demasiado rápido y al final seremos juzgados por el amor.  Sé que no puedo resolverle la vida a la gente, pero mi compromiso será siempre hacer mi mayor esfuerzo.

 

www.ceprodih.org

 

*Ashoka es una organizacion internacional sin fines de lucro que promueve la visión “Todos podemos cambiar el mundo” y lo hace conectando comunidades de emprendedores sociales, escuelas, empresas y medios de comunicación para potenciar el poder transformador de la sociedad.

Ambas realidades, el espíritu emprendedor de mi padre y el rechazo a repetir la historia de tantas mujeres de mi infancia, me impulsaron a estudiar, a intentar superarme y alcanzar autonomía económica.  Hoy, ese anhelo de superación personal, es lo que sigo promoviendo en las mujeres con las cuales trabajo.

 

Un componente fundamental en mi vida fue siempre la fe.  De niña me influenció mucho un sacerdote maravilloso, que impulsaba a los jóvenes a la acción, a la excelencia. Sus palabras me siguen inspirando hasta hoy: “Al que Dios le da un don, le da una misión”  (si no cumplimos con esa misión, tal vez nadie lo hará) “Al que más se le da, más se le exigirá”. Yo había recibido mucho y tenía claro que no quería gastar mi energía y mi juventud para que otro se enriqueciera, quería hacer algo trascendente. Lo que no sabía aún era cuál sería mi propósito en la vida.

 

Un vecino del barrio me regaló una publicación con las carreras para estudiar. La primera en la lista era:  Asistente  Social. A partir de entonces, nunca dudé de mi vocación de ayudar a la gente.

Aprendí que la prosperidad y la felicidad dependen en gran parte de cuánto nos conozcamos, cuánto seamos capaces de aprovechar nuestras potencialidades y de perseguir aquello que nos hace felices.

El impulso de la vida

ADRIANA ABRAHAM

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