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Cuando nací en Santiago de Chile en 1983 me llamaron Nicole Constanza Canivilo Rojas. De grande me rebauticé como Emilia Rojas, porque me pareció un nombre mucho más representativo de mi sangre latina, mestiza y de cierta forma campesina.

 

Me crié entre mis abuelos paternos, tías, primas y tíos, así que de alguna manera  fui educada por muchas personas y al mismo tiempo por mí misma.

 

Recuerdo desde siempre hacerme preguntas muy existenciales y relacionadas al sentido de nuestras costumbres y formas de vivir, como por ejemplo:

 

¿Por qué las mujeres tienen que hacer tantas labores y los hombres no? ó ¿Por qué hay que ir a la escuela?  

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Esas mismas inquietudes, sobre todo las educativas, hicieron que en la adolescencia (a los 14 -15 años)  abandonara la escuela por un período de un año más o menos. Tiempo en el cual me dediqué a reflexionar en profundidad sobre el sentido que tenía el tipo de educación que recibía constantemente y el cual era incapaz de satisfacer cualquier cuestionamiento profundo que yo tuviera. La escuela me hacía sentir que todo era así porque sí, porque así se había hecho por tanto tiempo y bueno, “era lo que había que hacer”. Como afortunadamente nunca me he conformado con esas respuestas,  después de un año de pensar y escribir, comprendí que el motivo  más importante que tenía la escuela en ese momento para mí era la socialización. Y así convencí a mi madre de matricularme en una escuela pública, mixta y laica, en total contraposición con la institución en la que había pasado  los últimos 9 años de mi vida: una escuela católica, dirigida por monjas, donde sólo asistían niñas y era subvencionada por el estado.

 

En la escuela pública me acerqué a una realidad más dura y urgente que el problema de las monjas, me enfrenté  al abandono educacional. Y eso es una cosa terrible. Esa experiencia alimentó aún más mis ideas de que las cosas parecían sin sentido y muy mal hechas si uno tiene por lo menos,  alguna inclinación humanista. El abandono educacional (y me atrevería a decir que no sólo en Chile) pone de manifiesto una falta de amor, falta de amor por el mundo.

 

Al finalizar esa etapa decidí que en vez de seguir estudiando tenía que viajar, conocer “otro mundo”, así que a los 19 partí a Chicago, EE.UU. Conocer otro país, otra ciudad, trabajar como obrera en una fábrica con mujeres migrantes, fue sin duda algo que marcó mi experiencia. Me hizo sentir muy agradecida de todo lo que había experimentado, bueno y malo, y también me dio una perspectiva. Ese concepto es hasta hoy una llave bajo la manga.

Después al volver a Chile hice varios intentos por entrar al mundo académico, primero en Psicología y después más largamente en Antropología, sin embargo al igual que en la escuela, salí corriendo cuando pude. 

 

Entre tanto, siempre trabajé, como mesera, como asistente, como administradora web, y también me dediqué a escribir y a hacer obras visuales. Un día, en uno de mis trabajos como redactora y editora de una publicación cultural en línea, me di cuenta que no quería trabajar más tantas horas en el computador y decidí que iba a ser niñera. Así volví al tema de la educación y empecé a dedicarle más tiempo al arte.

 

Al cuidar de los bebés me di cuenta de la importancia de los estímulos, de las herramientas que daban “posibilidades” (pensadas o no) y de lo valioso que era acompañar  amorosamente en los descubrimientos propios. Empecé a tomar notas y de una forma muy cuidadosa a experimentar. 

 

En este campo (estimulación temprana), hay mucha gente especializada, con mucha investigación y experiencia. Yo sólo tengo la obligación de hacerlo todo por mí misma, me nace así.

 

Entonces empecé a unir mis intereses más profundos como el arte, la música y la idea del amor por el mundo, con la educación infantil. Puede parecer inconexo, pero lo cierto es que todo se puede aunar bajo la categoría Expresión-Autoconocimiento-Amor.

 

También en mi experiencia como Gemoterapeuta*, me di cuenta que el problema emocional que más se repite es la baja autoestima. Y lo peor es que acarrea enredos que pocas veces se sabe de dónde vienen.  

 

La mayoría de nosotros como niños y jóvenes pasamos muchas horas en instituciones educativas, alrededor de 17 o 18 años de nuestra vida (recordemos a los bebés que entran a sala cuna a los 6 meses a veces). Este tiempo es fundamental para la construcción de nuestra realidad, cómo percibimos el mundo, cómo creemos que es nuestra sociedad y cómo vemos las relaciones personales y a nosotros mismos, por lo tanto se transforma “de grandes” en nuestra forma de ser. 

 

Si nuestros primeros años los vivimos desarrollando nuestra curiosidad con libertad y responsabilidad, con la posibilidad de descubrir por nosotros mismos y encontrar validación suficiente ahí, es muy posible que de adultos seamos personas seguras, saludables, llenas de energía  y con mucha disposición y sensibilidad al resto. Esa es una forma de amor.

 

Siempre sigo viajando, pues es la mejor educación que he recibido hasta ahora. 

 

Al  llegar a Uruguay continué con la misma investigación personal y empecé a tomar talleres y formaciones relacionadas al tema. Comencé a trabajar con grupos de niños y niñas en instituciones privadas desarrollando un plan educativo de taller, que incluye todos los puntos mencionados anteriormente. Con algunos años de experiencia en este ámbito puedo decir muy alegre que los resultados han sido sumamente positivos, tanto en lo que involucra directamente a los niños y sus familias como también a las instituciones.

 

El proyecto funciona  bajo el nombre de Taller Independiente de Expresión. Con herramientas muy sencillas, busca ser un espacio de respeto y libertad, un lugar donde los niños puedan encontrar por sí mismos lo que están necesitando: descanso, juego, movimiento, desarrollo de la creatividad, teatralidad, conversación. En este espacio basado en el estímulo, de comodidad y confianza, vamos encontrando desafíos y herramientas para desarrollar el autoconocimiento, la aceptación y la expansión de nuestro amor.

 

Mi intención con todo esto es educarnos en el amor como un motor de la curiosidad, por la naturaleza, por las otras personas, por nosotros mismos, y por lo tanto el descubrimiento, dejando espacio a la intuición y la libertad de ser quien somos, de estar como estamos, reforzando la fluidez y espontaneidad que acompañan indiscutiblemente la infancia, pero que bien puede extenderse al resto de nuestra vida. El mayor desafío es facilitar esa experimentación y búsqueda de posibilidades de cada cual sin imponer objetivos, ni ritmos a cumplir, sin entorpecer, pues todos tenemos diversas formas y tiempos de aprendizaje. Esa “pequeña” salvedad puede hacer una gran diferencia en el mundo educativo y en la formación de nuestro ser.

 

Creo firmemente que para construir una sociedad más armoniosa, debemos dejar de repetir las cosas que tanto mal nos hacen y crear nuevas formas educativas que nos permita descubrir esa poderosa herramienta que es ser nosotros mismos y alimentar así ese mundo más afinado en el cual todos queremos vivir.

 

A corto plazo el proyecto tiene el foco en su desarrollo en lugares considerados problemáticos o bien alejados de los centros educativos, así como en el interior de cualquier país donde me encuentre y con la participación de un equipo adecuado.

 

Existen proyectos similares tomando forma en diversos lugares del mundo. No me considero una pionera, pero me apasiona. Me apasiona y tengo confianza de que esta es una manera muy eficaz y amorosa de compartir conocimiento y crecer. Una herramienta potente de cambio.

 

*La Gemoterapia es un proceso alternativo de auto cuidado y manejo de las emociones  que tiene una repercusión importante en el estado de salud, y se hace utilizando piedras semipreciosas.

Crecer creando

EMILIA ROJAS

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