Nací en 1991 en Montevideo, Uruguay. Viví parte de mi infancia en Carrasco y Pocitos, dos barrios de gente socioeconómicamente pudiente. Pero eso no me causo más alegrías que a otras familias. Viví conflictos de toda índole, desde bullying en la escuela por no adaptarme a muchas de las normas escolares o cánones de belleza femenina, abandonos y conflictos familiares, a situaciones de violencia intrafamiliar.
En el medio de esas situaciones, crecí rodeada de mujeres fuertes (sobre todo mi vieja) que me inspiraron con su lucha continua. De niña, mis dibujos y películas preferidas fueron Mulan, Pokahontas, Pokemon, Power Rangers y Sheena, y en mis ratos libres jugaba a que era pokahontas, y que con mi arco y flecha defendía mi carpa (todo literal porque mi abuela me hacía con cañas de bambú arcos y flechas, y mi madre armaba con unas sábanas la carpa). Era panzona porque me gustaba mucho comer, y en Haloween me disfrazaba de calabaza o de Power Ranger, mientras mis compañeras se preocupaban por ser brujas o princesas “lindas”.
Desde los 17 años estudiaba y trabajaba para ayudar a mi madre. Ya vinculada al mundo social de lleno, tuve la necesidad de volcar toda mi creatividad en una iniciativa que moviera el tablero de aquello que tanto me inquietaban, las desigualdades sociales. Y estando convencida de que la educación era la herramienta, y que los jóvenes -en un país envejecido como Uruguay- tenemos mucho para decir y hacer, comencé a escribir la idea que luego se materializó en “Geduca”.
La idea era crear un colectivo de jóvenes que trabajaran con niños, niñas, jóvenes y docentes derribando mitos sobre sexualidad, género y diversidad, deconstruyendo estereotipos a temprana edad con el fin de prevenir y actuar sobre problemáticas como el acoso callejero, la discriminación y la violencia. Dicha idea la presenté al concurso de iniciativas juveniles latinoamericanas “Estamos Comprometidos”, resultando una de las tres ganadoras. A finales del 2015 Geduca ya era una realidad, tenía su logo, sus metas y objetivos, parte de su equipo, y un mapa de ruta.
Hay gente que se revoluciona a sí misma y es capaz de enseñar grandes cosas, aunque no haya tenido oportunidad de estudiar. Recuerdo que siendo voluntaria en una favela en Brazil conocí personas que no habían terminado la escuela y me enseñaron cosas que ninguna facultad me había enseñado. La verdad las/os admiraba, y hay gente que tiene muchos títulos que no me inspiran lo mismo. Esto no es desmerecer la educación formal, no me malinterpreten. No va por ahí.
Creo muchísimo en el potencial de Geduca y el equipo que conformamos, y confío seguirá creciendo. Es un espacio donde se explotan las creatividades y habilidades de cada persona que lo integra. Y eso se ve reflejado en las acciones. Las propuestas educativas están diseñadas para cada edad, para que los participantes no sientan una carga en cada clase. Sino, todo lo contrario. Como principal objetivo trabajamos para motivar y que cada uno construya su propio conocimiento. No queremos decir qué pensar, sino que cada uno piense, cuestione, critique, incluso si es a nosotros. Porque así es que se siente la libertad.
Podría contar mil anécdotas del trabajo de Geduca, la vez que un niño nos dijo “ojalá vuelvan esto es muy divertido”, o cuando una adolescente nos dijo “cuando crezca quiero ser como ustedes”. Pero prefiero que conozcan a Geduca, no por lo que yo les diga, sino por nuestro trabajo.
Nos pueden conocer entrando a www.geduca.com.uy o en las redes sociales “Geduca”. También pueden ponerse en contacto por mail somosgeduca@gmail.com
En 2016 realizamos el primer taller masivo y abierto sobre Género en el Instituto Nacional de la Juventud, al que se anotaron más de 80 jóvenes de entre 14 y 19 años. Sin darme cuenta estaba fundando una organización en la que creían otras personas, y eso fue y es lo más lindo de esto, contagiar y ser contagiado. Que no quede en una, sino que se expanda.
Geduca es hoy la primera organización dedicada enteramente a la educación en género y diversidad, compuesta por varones, mujeres, y personas que no se identifican con estas etiquetas, pero también la primera compuesta únicamente por personas jóvenes. Esto no es casualidad, sino que es una decisión política (no partidaria, política).
Pese a mis enormes ganas de hacer y aprender, me costó mucho encontrar la oportunidad de trabajar en temas de género, porque suele haber una noción de que el género al ser algo abstracto y complejo, necesita de gente muy estudiosa y experimentada, lo cual relega a los jóvenes al activismo, no a otras acciones. Esto se potencia, creo, con el hecho de que vivimos en el país más envejecido del continente. Mi opinión (y puede resultar controversial) es que los títulos son solo papeles, que lo verdaderamente importante son las ganas de las personas por hacer cosas y por pensarse a sí mismas.
Tuve que explicar mil veces que aunque viviera sólo con mi mamá, yo también tenía una familia. A los 11 años iba de camino al colegio y varios hombres me gritaron cosas sobre mi cuerpo. Llegué llorando al colegio y la maestra me dijo que eso era normal.
A los 12 años acompañé a mi madre al médico y me quedé en la sala de espera con mi hermano de meses en brazos. Una señora me preguntó si era mi hijo. Sin saber qué contestar, dado que no entendía por qué me hacía esa pregunta, comenzó a darme un discurso (quizás sermón) sobre la vida y las relaciones. Le respondí que no era mi hijo, pero que si lo fuese lo querría igual. No me olvido la cara de la señora.
A los 16 años, mientras declarábamos en la comisaría junto a mi madre la séptima denuncia por violencia doméstica en el año, el policía que nos atendió nos dijo “y ustedes qué le hicieron..?”.
No puedo decir que mi crianza no me marcó, ni me formó en lo que soy hoy. Sin darme cuenta me fui transformando en una mina aventurera, desprejuiciada, feminista, empática, dura y terca por momentos, luchadora e hiper sensible al dolor ajeno.
Cuando tuve que elegir una carrera dudé mucho, me anoté en cine, comunicación, psicología, ciencia política y terminé optando por la Licenciatura en Sociología, sin probar las otras antes. Allí logré contextualizar y definir con palabras académicas muchas de las inquietudes e intereses que siempre tuve. Mi formación académica la complementé y enriquecí con horas de voluntariado semanal.